Una vez sentado arriba del equino metálico, cual corsario en batalla, salgo al sendero gris que comienza a escurrirse por debajo. Sus irregularidades, se funden en una línea continua y fugaz, mientras el mundo gira sin control allá abajo.
Solo hay silencio, uno raro y particular, uno que llena el alma, el más cálido de todos.
En el instante que comienza, todo deja de ser importante. Los excesos quedan atrás. Las preocupaciones, estériles, se evaporan sin dejar rastro. Oxigeno el fuego que nace en las profundidades del alma y que le da calor a mí existencia. Lo saboreo. Nada es capaz de hacer parpadear la llama, ningún ser, ni el más tempestuoso de todos. En ciertos momentos el fuego crepita chisporrotea se queja, pero nunca se apaga.
Nada como el zumbido somnoliento del caucho discutiendo con el asfalto en esa lucha cíclica e interminable de fuerzas pares y opuestas. El olor de la maleza seca y el perfume de los cardos traído por algún viento errante y solitario. La mirada clavada en el paisaje a la espera de cada bajada y transpirando en cada subida. Las piernas que piden descanso y el corazón que no da tregua.
No es para nada monótono... en ningún momento es aburrido. Simplemente no hay tiempo para eso.
Es como una lucha de titanes: las fuerzas de la gravedad y la voluntad, el cansancio y la determinación en constante combate.
Con los elementos a mi favor, el viento me impulsa adelante en tanto me susurra palabras de aliento y no me deja desistir. La tierra me mantiene firme y seguro, sin dudas, por sobre todo. El agua me aclara la vista, me llena de vida y el fuego me mantiene en movimiento, calienta el aire a mí alrededor y eleva mi imaginación, droga mi mente y me llena de valor.
Ya nada importa. Entonces me encuentro conmigo mismo y juntos exploramos el horizonte.
Muy lindo hermano! me encanto leerte y voy a seguir en la medida en que vos sigas.
ResponderEliminarTe quiero! Sisi, molto molto.
(esto te lo escribi antes pero nunca llego..)